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Elena agonizaba por la perdición espiritual de su hija, quien en su juventud había caminado fielmente con el Señor. En su adolescencia, la joven había rechazado sus lazos espirituales, desafiando a casi todo lo que era bueno, justo y basado en principios, en su vida.
Se había convertido en un hijo pródigo.
Elena, por supuesto, oraba por su hija cada día y trataba de mantenerse en contacto a través de llamadas telefónicas y cartas.
Pronto, perdieron esa conexión. Las llamadas no tuvieron respuestas, los números fueron cambiados, y las cartas parecían desaparecer en el vacío. Ahora era como que una pared impenetrable separaba a una madre de su hija.
Meses pasaron sin una palabra. Esto rompió el corazón de Elena, el no saber dónde estaba su hija, y cómo le iba. Sin saber qué más hacer, persistía en oración – cada día, cada noche, susurrando su dolor, deseos y anhelos al Señor.
A pesar de que había sido líder y maestra de Biblia en su iglesia, y era una mujer de gran fe, Elena sentía los fríos dedos de la duda tocar su corazón. Había dejado de orar para que algo dramático y sobrenatural ocurriera en su relación con su hija y decidió orar por algo pequeño.
Le dijo al Señor que confiaba en Él y que tenía la capacidad de “esperar en el Señor” tanto como se necesitara. Pero se atrevió a pedirle que le diera una señal – algo pequeño – de que Él escuchó sus desconsoladas oraciones.
“Señor,” oró. “No estoy buscando una solución rápida aquí; solo una señal de que me estas escuchando y que estas obrando.”
Más tarde, esa misma mañana, una camioneta de una florería local, se detuvo en la acera de Elena. El repartidor llegó a la puerta con un pequeño ramo de flores y una nota: “Hola mamá. Te amo.”
Estaba firmada por su hija.
No, la hija no había vuelto a casa, ni siquiera decía dónde estaba o que había sido de su vida. Pero Elena había orado por una señal, y sin duda había recibido una, casi de inmediato. Su corazón se inundó de alegría y asombro. Esta fue, para Elena, como la nube de Elías “del tamaño de la mano de un hombre.” En ese relato del Antiguo Testamento, el profeta había visto esa pequeña nube sobre el océano y supo que su oración pidiendo lluvia – una gran y copiosa lluvia – había sido contestada (Lee 1 Reyes 18:41-45)
Ella oró con más diligencia que antes, y pronto llegó la respuesta completa. Madre e hija se reunieron – emocional, geográfica y espiritualmente.
¿Estás orando por el regreso de un hijo o una hija pródiga? ¡Ánimo! Sigue orando. Sigue creyendo. Sigue dándole gracias por Su respuesta. Mantén tus ojos abiertos sobre tu milagro.