Por Alberto Salcedo
Cuando llegamos a Jesús, todos estamos marcados por generaciones de personas que no fueron hijos de Dios y esto nos lleva cancelar brujerías, puertas a espíritus inmundos que trajeron maldición, pobreza y enfermedades para que en el futuro marquemos algo distinto sobre las generaciones que vienen.
Para lograr vivir una vida cambiada y nueva en el Señor, debemos entender la genealogía, entender que todo lo que nuestros familiares hicieron y dijeron tiene un efecto en nuestra vida. Dios cuidó que su hijo al nacer viniera de raíces que tenían su bendición porque eran del pueblo escogido de Dios.
De la misma forma que Jesús inicio su Ministerio, debemos ser bautizamos en agua y en el Espíritu Santo. El tuvo tiempos de ayuno, oración, vigilias y nosotros… ¿Por qué a veces queremos que las cosas sean de manera distinta?
Nuestra vida debería ser un reflejo de la vida de Jesús porque es a quien seguimos y es de quien debemos tomar el ejemplo para cada actitud y actividad que realicemos. Cada cosa que Dios desea que hagamos es algo que Jesús tuvo que hacer primero. Cuando Jesús nos enseño acerca del ayuno nos mostró que fue Dios quien lo dirigió, quien mostró los días y lo más importante es que fue Él quien dio la fortaleza para cumplirlo. Como humanos debemos dejar que Dios sea nuestra fuerza y nuestra guía en días de ayuno ya que ese tiempo será para romper ligaduras de impiedad y aumentará tu necesidad de Dios y tu relación con Él.
En esta lucha, debemos estar conscientes de quien es el verdadero enemigo: Satanás, y necesitamos aprender que utiliza muchas armas para desviarnos de nuestro propósito en Jesús. En ocasiones él pone trampas donde nos retará para que actuemos sin la cobertura del Espíritu Santo, para que actúes sólo por orgullo y falto de dominio propio.
Nuestra forma de vivir debe centrarse en escuchar las palabras que Dios nos da a través de la Biblia y alimentarnos de fe todos los días no sólo en tiempos de ayuno (Mateo 4:4) ya que eso te hará fuerte delante las tentaciones de Satanás porque tendrás tu identidad clara en Jesús y reconocerás la voz de Dios entre el ruido del mundo.
Dar fruto es hacer lo que el Señor dice, es ir y hacer discípulos, bautizarlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mateo 28:19), es predicar y es amar la casa donde fuiste plantado por Él.