Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová? Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar.
Éxodo 4:11-12
En los tiempos del Antiguo Testamento había generalmente sólo unos pocos profetas en toda la tierra en un momento dado. A veces los profetas eran contemporáneos (Hageo y Zacarías, Isaías y Jeremías), pero en su mayor parte operaban aislados como el único portavoz de Dios. A menudo no se incorporaban a la vida religiosa y a las tradiciones cotidianas, sino que se separaban, se separaban para Dios. Ningún profeta ejemplificó esto más que Elías, que estaba solo contra el rey Acab, los profetas de Baal, y los pecados de un pueblo rebelde. Juan el Bautista también encaja en ese molde: el hombre de Dios que sale del desierto para proclamar el arrepentimiento porque el Día del Señor era inminente. Estos profetas hablaron con un claro e inconfundible: «¡Así dice el Señor!» La autoridad de los profetas de Dios no se limitaba al contenido general o a las ideas principales de su mensaje. Más bien, afirmaron repetidamente que sus propias palabras eran las palabras que Dios les había dado para que entregaran.
ORACIÓN
Señor, si me llamas al ministerio de la profecía, reconozco que sólo debo hablar las palabras que Tú pones dentro de mi espíritu. Dame el valor de entregar Tus palabras, y sólo Tus palabras, ninguna de las mías.
Nunca hubo una pregunta acerca de discernir con precisión la palabra genuina de Dios. Para el profeta, era sólo un asunto de si él, tuvo el valor de entregarlo.
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