Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y el sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad. Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.
Lucas 23:44-46
La verdad que dio poder a David a través de la carrera de obstáculos de oposición en el camino a Sión y su destino es tan poderosa que estuvo entre las últimas palabras de Jesús. Cuando el cuerpo quebrantado de Jesús colgaba de la cruz, momentos antes de su último aliento, las tinieblas se cernían sobre el alma del Dios-hombre como Aquel que no conocía el pecado se convirtió en pecado. Jesús sintió la agonía de la separación del Padre. Él sabía que al otro lado de la agonía estaba la promesa impresionante de que Dios lo levantaría de entre los muertos y lo entronizaría sobre todo el orden creado. Pero antes de que la plenitud de la promesa se cumpliera, Él experimentó la mayor presión y oposición que cualquier hombre ha enfrentado. En aquel oscuro retraso, alzó su voz y clamó: «En tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23:46). Jesús decidió que esta era la respuesta del corazón más apropiada que podía tener mientras esperaba que la luz y la promesa estallaran. Cuando Dios nos da una promesa, usualmente experimentamos un tiempo de oscuridad antes de que Él la cumpla. Nos cuesta ver en qué temporada estamos o a dónde nos lleva todo esto. En la hora de la situación imposible, ¿qué debe hacer? Agárrense de esas siete palabras y pongan su espíritu en las manos del Padre.
ORACIÓN
Padre, cuando me enfrente al dolor, a la oposición y a la muerte, recuérdame el ejemplo que Tu Hijo dio al sentir el silencio de Su Padre y la crueldad del hombre. Enséñame a decir: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».
«En tus manos encomiendo mi espíritu.»
totosalcedo.com 