Guarda mi alma, porque soy piadoso; Salva tú, oh Dios mío, a tu siervo que en ti confía. Ten misericordia de mí, oh Jehová; Porque a ti clamo todo el día. Alegra el alma de tu siervo, Porque a ti, oh Señor, levanto mi alma.
Salmos 86:2-4
Como Jesús muchos años más tarde, David nació en Belén, el menor de los ocho hijos de Isaí y el de menor rango y privilegio en la estructura familiar. En sus primeros años, se convirtió en pastor. David vivió por varios años en lo que equivalía a un confinamiento solitario en un ambiente desértico. Su rebaño era pequeño, así que él era el único que necesitaba hacer el trabajo pesado (1 Sam. 17, 28). Estaba muy solo en un terreno difícil. Tienes que preguntarte qué vio Dios en David que no vio en sus hermanos, quienes son poco conocidos excepto como escarnecedores. La clave está en estos años de Belén. David era demasiado joven para haber hecho algo extraordinario. Él no había echado fuera demonios, sanado a los enfermos, o predicado sermones ungidos. Todas sus grandes hazañas yacen en el futuro. Podríamos pensar en él como un empleado de una gasolinera o un conserje. Su vida estaba llena de tareas serviles que nadie quería hacer, pero las hacía con un espíritu de devoción hacia el Señor. Esa fue la primera victoria de David. Tenía un corazón que buscaba a Dios cuando buscar a Dios parecía la cosa menos obvia que hacer.
ORACIÓN
Padre, a menudo me pregunto qué viste en mí que me calificó para Tu obra de gracia y don de justicia. Te dedico mi vida y digo sí a todo lo que Tú deseas que haga. Te amo con todo mi corazón.
David tenía un sí en su espíritu, incluso en su trabajo rutinario y aburrido.
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