Y me regocijaré en tus mandamientos, Los cuales he amado. Alzaré asimismo mis manos a tus mandamientos que amé, Y meditaré en tus estatutos.
Salmos 119:47-48
Imagínate caminando hacia un niño sin hogar y entregándole un boleto para unas maravillosas vacaciones junto al mar. El sucio jovencito coge el billete y lo coloca entre otros objetos recogidos en un rincón de la caja grande donde duerme por la noche para protegerse de la lluvia y el viento frío. En lugar de comer hamburguesas y papas fritas, pastel de manzana y helado, se acurruca en una puerta y come carne podrida que ha recogido de la basura. Juega en la tierra, haciendo pasteles de barro y comiéndoselos como postre. Esa es la decisión que tomamos cada vez que nos enfrentamos a la decisión de decir sí o decir no a este mundo. Los placeres de Dios son un banquete puesto delante de nosotros, una mesa de deleites espirituales que una vez saboreados nos libran del vacío de buscar placeres terrenales. La manera de liberar el corazón de la dominación del pecado es deleitándose en Dios.
ORACIÓN
Te elijo a Ti, Padre. En cada circunstancia, en cada decisión, elijo decir sí a Tus planes y propósitos para mi vida. Nada se compara con la maravilla de tu aceptación de mí.
La santidad es un placer superior que trasciende cualquier cosa que el pecado pueda ofrecernos.