Mano en Mano - Padre e Hijo

Hannah Whitall Smith

La lección más importante que el alma tiene que aprender es el hecho de que Dios, y solo Dios, es suficiente para todas sus necesidades. Esta es la lección que todos Sus tratos con nosotros quieren enseñarnos; y este es el supremo descubrimiento de toda nuestra vida cristiana. ¡Dios es suficiente!

Si Dios es lo que parece ser desde nuestro estudio de Él; si Él es nuestro Pastor; si Él es real y verdaderamente nuestro Padre; si, en definitiva, todos los muchos aspectos de Su carácter y Sus caminos como se establecen en la Escritura, son realmente verdad, entonces debemos, a mi parecer, tener la convicción positiva que Él es, en Sí mismo, suficiente para todas nuestras posibles necesidades, y que podemos descansar confiadamente en Él absolutamente y por siempre.

Pero Cristo no ha sido todo lo que queremos. Hemos deseado muchas otras cosas fuera de Él.

Hemos deseado fervientes sentimientos acerca de Él, o percatarnos de Su presencia con nosotros, o una revelación interna de Su amor; o hemos exigido esquemas satisfactorios de la doctrina, o un trabajo cristiano exitoso, fuera de Él mismo. Solo Cristo mismo, solamente Cristo, sin la suma de cualquiera de nuestras experiencias concernientes a Él, no ha sido suficiente para nosotros, y ni siquiera podemos ver cómo es posible que Él pudiera ser suficiente.

El salmista dijo: “alma mía, en Dios solamente reposa, porque mi expectativa es de Él.” (Salmos 62:5, RV) Pero ahora el cristianismo dice, “Alma mía, espera en mis sanas doctrinas, pues mi expectativa está en ellas”, o, “Alma mía, espera en mi buena disposición y sentimientos, o sobre mis obras de justicia, o sobre mis oraciones fervientes, o sobre mis sincero esfuerzo, pues mis expectativas están en ello.”

Esperar en Dios parece ser una de las cosas más inseguras que podemos hacer, y tener expectativa en Él solamente, es como construir sobre la arena. Nos apoyamos a cada lado buscando algo de  qué depender, y no es hasta que todo lo demás falla que ponemos nuestra confianza en Dios solamente.

George MacDonald dice, “Vemos a Dios como nuestro último y más débil recurso. Solo vamos a Él cuando no tenemos a dónde más ir. Y entonces nos damos cuenta que las tormentas de la vida nos han llevado, no sobre las rocas, sino al puerto deseado.”

Ningún alma puede realmente descansar hasta que haya renunciado a toda dependencia en todo lo demás y ha sido obligada a depender solamente en el Señor. Mientras nuestra expectativa esté en otras cosas, nada sino desilusión nos espera.

Los sentimientos pueden cambiar, y cambiarán con nuestras circunstancias cambiantes; las doctrinas y dogmas pueden ser molestos; la obra cristiana puede reducirse a nada; las oraciones pueden parecer perder su fervor; las promesas pueden fallar; todo en lo que hemos creído y dependemos, puede ser desplomado, y solo Dios queda, simple y solamente Dios.

Decimos a veces, “Si tan solo pudiera encontrar una promesa para adaptarla a mi caso, podría entonces reposar.” Pero las promesas pueden ser malentendidas o mal aplicadas, y, en el momento en el que nos inclinamos sobre ellas, pueden fallar o cambiar. Pero el Prometedor, quien está detrás de Sus promesas, nunca falla, ni cambia.

El pequeño niño no necesita tener una promesa de su madre para estar contento; tiene a su madre misma, y ella es suficiente. Su madre es mejor que mil promesas.

En nuestro más alto ideal del amor o la amistad, las promesas no entran. Una de las partes puede amar el hacer promesas, así como nuestro Señor lo hace, pero la otra no las necesita; la personalidad del que ama o el amigo es mejor que cualquiera de sus promesas. Y si todas las promesas de la Biblia fueran borradas, todavía tendríamos a Dios, y Dios sería suficiente.

Solo Dios, Él mismo como Él es, sin la adición de algo de nuestra parte, ya sea disposición o sentimientos, o experiencias, o buenas obras, o sanas doctrinas, o cualquier otra cosa interior o exterior. “El solamente es mi roca y mi salvación; Es mi refugio, no resbalaré mucho.” (Salmos 62:2)

No quiero decir con esto que no hemos de tener sentimientos, o experiencias, o revelaciones, o buenas obras, o sanas doctrinas. Podemos tener todo esto, pero deben ser el resultado de la salvación y nunca la causa que buscamos; nunca podemos depender de ellos como una indicación de nuestra condición espiritual. Son cosas que vienen y van, y dependen a menudo del estado de nuestra salud o la condición de nuestro entorno.

Y si descansamos en cualquiera de estas cosas en lo más mínimo, como la base de nuestra confianza o nuestro gozo, eso nos traerá decepción. Debemos mantenernos absolutamente independientes de ellos, descansando solo en la magnífica realidad de que Dios es, y que Él es nuestro Salvador.

Hemos de encontrar a Dios, el hecho de Dios, suficiente para todas nuestras necesidades espirituales, ya sea si nos sentimos estar en un desierto o en un valle fértil. Debimos decir con el profeta: “Aunque la higuera no florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque falte el producto del olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas sean quitadas de la majada, Y no haya vacas en los corrales; Con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación. “ (Habacuc 3:17-18)

El alma está hecha para esto y nunca puede encontrar descanso de otro modo. Todos los tratos de Dios con nosotros, por lo tanto, están conformados para este fin; y Él está a menudo forzado a privarnos de toda alegría en todo lo demás, a fin que nos veamos obligados a encontrar nuestro gozo solo y junto a Él mismo.

Está muy bien regocijarse en Sus promesas, o regocijarse en las revelación que Él puede habernos garantizado o las experiencias que podamos haber vivido; pero regocijarse en el Prometedor mismo – solo Él – sin promesas, o experiencias, o revelaciones, este es el punto culminante de la vida cristiana; y es el único lugar donde podemos conocer la paz que sobrepasa todo entendimiento y que nada puede perturbar.

Nos hemos acostumbrado a considerar todos estos acompañamientos de la vida espiritual como si fueran la misma vida espiritual. No podemos pensar que el Señor puede ser algo para nosotros a menos que encontremos algo que nos asegure de Su amor y cuidado.

Cuando hablamos de encontrar nuestro todo en Él, generalmente queremos decir que lo encontramos en nuestros sentimientos o puntos de vista acerca de Él. Si, por ejemplo, sentimos un resplandor de amor hacia Él, podemos decir con el corazón que Él es suficiente; pero cuando este resplandor se esfuma, tarde o temprano es casi seguro, entonces no sentimos más que hemos encontrado nuestro todo en Él.

La verdad es que lo que nos satisface no es el Señor, sino nuestros propios sentimientos acerca del Señor. Pero no estamos conscientes de esto, y consecuentemente, cuando nuestros sentimientos fallan, pensamos que es el Señor quien ha fallado, y nos sumergimos en la oscuridad.

Tal vez una ilustración pueda ayudarnos a tener una clara visión. Pensemos en un hombre acusado de un crimen, de pie frente a un juez.

¿Qué sería lo importante en el momento para ese hombre: sus propios sentimientos hacia el juez, o los sentimientos del juez hacia él?

Por supuesto que vamos a decir juntos a la vez que los sentimientos del hombre no son de la más mínima consideración en el asunto. El hombre puede tener todas las “experiencias” imaginables, pero todo depende solo del juez.

De la misma manera, lo único que es realmente vital en nuestra relación con el Señor, no son nuestros sentimientos hacia Él, sino lo que son Sus sentimientos hacia nosotros. El hombre que está siendo juzgado debe encontrar en el juez todo lo que él necesita, si es que quiere encontrar algo. Su suficiencia no puede ser él mismo, sino aquel sobre quien depende su destino. Y nuestra suficiencia, el apóstol dice, no es de nosotros mismos, sino de Dios.

Esto, entonces, es lo que entiendo cuando digo que Dios es suficiente. Es lo que encontramos en Él, en el hecho de Su existencia, y de Su carácter, todo lo que podemos posiblemente desear. “Dios es” debe ser nuestra respuesta para cada pregunta, y cada clamor de necesidad. Si hay alguna falta en Aquel que se ha comprometido a salvarnos, nada hay adicional que podamos hacer; y si no hay falta en Él, entonces Él, de Él mismo y en Él mismo, es suficiente.

Vía: Charisma Magazine

Acerca de Toto Salcedo

Comunicador Radio-TV RR.SS Libro: Revolucion desde adentro Pastor EKKLESIA

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