Una noche mi esposo, Gene y yo, estábamos solos en casa. Él estaba llenando un crucigrama, y yo leyendo un libro. Ninguno de nosotros decía una palabra. De hecho, habíamos estado en silencio por un largo tiempo, absortos en lo que estábamos haciendo.
De pronto, Gene me dijo, “Sabes, no hay nada mejor que esto.” Estuve de acuerdo con él. La intimidad no puede ser mejor que solo estar en la presencia del que amas.
Antes de casarnos, probablemente habríamos definido la intimidad como la pasión sexual y el romance; sin embargo, hemos descubierto en los 40 años de nuestro matrimonio que, intimidad no se define por las subidas emocionales sino por la comodidad en la presencia del otro. La verdadera intimidad está basada en la relación permanente que nos permite conocernos el uno al otro tan bien que ni las palabras, ni los sentimientos son necesarios para comunicarse. La presencia es suficiente.
La palabra bíblica para intimidad es “Conocer.” Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió.” (Génesis 4:1). Pero la experiencia de Adán contrasta con la aventura de una noche de David. La Biblia dice que David “Durmió” con Betsabé (lee 2 Samuel 11:4).
David compartió un momento de pasión con Betsabé, pero él no la “Conoció,” pues no tenían ninguna relación. No fueron íntimos en el sentido bíblico de la palabra.
El deseo de Dios para el hombre desde el mismo principio ha sido que le conozcamos y caminemos con Él en comunión íntima. Él probó esto al formar el cuerpo del primer hombre, Adán, con Sus propias manos y respirando aliento en él cara a cara, en lugar de simplemente hablar sobre él existencia como lo había hecho con las otras cosas creadas (lee Génesis 2:7). No se separó de Adán hasta que Él pecó. En ese momento, Dios puso en marcha Su plan de redención, diseñado a llevar al hombre caído una vez más, a la intimidad que Él había previsto.
El apóstol Pablo entendió el deseo de Dios y consideró todo en su vida una pérdida, excepto el privilegio de conocer a Cristo. Él escribió: Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte. (Filipenses 3:7-10)
Es evidente que Pablo estaba buscando un nivel de relación con Dios que no puede ser alcanzado a través de actividad intelectual, obras religiosas o experiencias emocionales temporales. Él estaba buscando intimidad. Deseaba conocer la anchura, longitud, profundidad y altura de Dios. (Lee Efesios 3:18)
Esta intimidad no simplemente sucede. Es algo que debe perseguirse, tanto en nuestros matrimonios como en nuestra relación con Dios. Pero ¿cómo hacemos esto? Aquí hay tres pautas sencillas:
1. Evite sustituir la relación con actividad religiosa. Este fue el error que los israelitas cometieron. Ellos creyeron que sus obras religiosas eran lo mismo que una relación con Dios. Isaías los condenó por practicar solamente la religión exterior sin una relación correspondiente (Lee Isaías 1).
Jesús predicó repetidamente acerca de este error. Advirtió en contra de practicar la hipocresía como los fariseos, líderes religiosos de Sus días. Ellos adoraban a Dios con sus bocas, pero sus corazones estaban lejos de Él (lee Mateo 23). También reprendió a quienes estaban profetizando, echando fuera demonios y haciendo milagros en Su nombre, pero no lo conocían a Él (lee Mateo 7:21-23).
Descubrí temprano en mi matrimonio que el servicio hecho para mi esposo, sea cocinar, lavar su ropa sucia, y otros, no tiene nada que ver con la intimidad. Estos actos de amor, tan maravillosos como son, no llevan a una intimidad entre nosotros y no pueden sustituir la intimidad. De hecho, algunas veces estuve tan cansada de servirle que ¡no tenía energía para buscar intimidad!
Debemos tener cuidado de no cometer este error con Dios. Debemos servir a Dios, pero el servicio debe ser precedido por una relación.
Enoc es un buen ejemplo de alguien que vivió por este principio. De hecho, no tenemos registro de nada que realmente hiciera por Dios. Sin embargo, en el libro de Hebreos, es alabado como un hombre de gran fe (Lee Hebreos 11:5-6). ¿Por qué? Porque caminaba con Dios (lee Gén. 5:22, 24). Enoc buscó una relación con Él, y Dios se complació con ello.
Dios se complace más en tenernos caminando con Él en una relación que en tenernos sirviéndole. Esto no niega la importancia del servicio. Pero debemos asegurarnos de que nuestro servicio nace de una relación.
2. Busca la presencia de Dios en Su Palabra. La intimidad nunca puede ser establecida fuera de la presencia. Lamentablemente, como cristianos no siempre estamos seguros de cómo entrar a la presencia de Dios.
Muchas veces, buscamos experiencias que nos muevan emocionalmente y que nos causen una sensación de cercanía con Él. Pero no podemos esperar tener tales experiencias a diario. Entonces, ¿cómo podemos entrar a Su presencia regularmente en medio de nuestras ajetreadas vidas?
Una manera es aprender a escuchar Su voz a través de Su Palabra. Cuando Dios primero creó a Adán y Eva, ellos fueron capaces de tener comunión con Él directamente. Génesis 3:8 nos dice, “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto.” La presencia de Dios era Su voz caminando en el jardín.
Hoy en día, la presencia íntima de Dios con nosotros es todavía Su voz. La escuchamos en una variedad de formas – a través de señales, dones del Espíritu y otras experiencias; y cada vez que Dios habla directamente a nuestros corazones. Pero un aspecto de Su voz que está siempre disponible es Su Palabra escrita, la Biblia. Incluso cuando no sentimos Su presencia, Su voz está con nosotros en Su Palabra.
Jesús mismo señaló el rol de Su Palabra en el establecimiento de una relación. “Si me amáis, guardad mis mandamientos… El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.” (Juan 14:15, 21)
La presencia de Dios en Su Palabra es la forma en que diariamente Él establece intimidad con nosotros. Es la forma en la que llegamos a conocer Sus más íntimos pensamientos y maneras.
Como esposa, escucho la voz de mi esposo y aprecio las palabras que él me dice. Es una prioridad para mí separar un tiempo cada día para estar con él.
¿Puedo hacer algo menos como cristiano y todavía tener una relación íntima con Dios? Debemos tomarnos el tiempo cada día para una comunión con Dios mientras Él nos habla íntima y personalmente a través de Su Palabra.
3. Comprométete tú mismo con Dios. Nunca podremos alcanzar intimidad a través de un encuentro casual o una relación fluctuante. La Biblia nos enseña que la experiencia sexual sin compromiso es fornicación. Tengamos cuidado de no caer en impureza en nuestra relación con Dios, buscando solo el placer y la experiencia sin compromiso.
Los israelitas se quedaron cortos en el compromiso, y nunca entraron en la plenitud de una relación con Dios (lee 1 Corintios 10:5-11). La intimidad con Dios no puede lograrse con asistir a la iglesia por unas cuantas horas el domingo en la mañana, o ir a conferencia y seminarios una vez cada tanto. Podemos conocer a Dios solo a medida que nos comprometemos con Él.
En el análisis final, la fe no tiene que ver con lo que creemos. La esencia de nuestra fe es en quién creemos. El qué de la fe puede ser conocido por el estudio e incluso experimentado por emociones. El quien de la fe, por otro lado, debe ser encontrado a través de una relación íntima.
Persigamos la intimidad con Dios. Sirvámosle porque le conocemos. Determinemos que buscaremos una relación, no experiencias. Sepamos que todo lo que realmente necesitamos es la siempre presente voz de Dios en Su Palabra.
He sido cristiana por 45 años y llena del Espíritu por 30 de esos años. Te lo digo yo: en realidad no hay nada mejor que esto.
Vía: Charisma Magazine