Hace algunos años, me sometieron a un procedimiento en el corazón. Mi latido tenía la regularidad de un operador de telégrafos, enviando código Morse. El cardiólogo insertó dos cables en mi corazón, uno era una cámara, el otro era una herramienta de ablación. “Ablar” es quemar. Sí, quemar, cauterizar, chamuscar, marcar. Y usando el método de mi doctor, sería destruir las partes “maleducadas” de mi corazón. Traté de ser ingenioso: “Mientras esté allí, ¿podría sacar con su pequeño soplete, algo de mi avaricia, egoísmo y culpa?” Él sonrió, “Lo siento, eso no cubre mi salario.”
Ciertamente así era, pero no se aplica a Dios. Él está en el negocio de cambiar corazones. Estaríamos equivocados al pensar que esto sucede de la noche a la mañana. Pero estaríamos igualmente equivocados al asumir que el cambio no sucede en absoluto. “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres,” escribió el apóstol Pablo. (Tito 2:11). Y se ha manifestado para cambiar nuestras vidas.
Vía: Max Lucado