Como padres, cuando nuestros hijos tropiezan, no los repudiamos. Podemos castigar o reprender, pero ¿expulsarlos de la familia? No podemos. Están biológicamente conectados a nosotros. Los que nacen con nuestro ADN, morirán con él.
Dios, nuestro Padre, engendra la misma relación con nosotros. En la salvación, nos convertimos, como Juan 1:12 dice, en “hijos de Dios.” Él altera nuestro linaje, redefine nuestra paternidad espiritual, y al hacerlo, asegura nuestra salvación. Pablo dice, “habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13). Y un alma sellada por Dios ¡está a salvo! Dios pagó un precio demasiado alto como para dejarnos desprotegidos.
Una vez más, un recordatorio de Pablo en Efesios 4:30, “con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.” ¡Qué diferencia hace esta garantía!
Vía: Max Lucado